César Medina
lobarnechea1@hotmail.com Algunos medios de comunicación ñsobre todo electrónicos y digitalesñ han actuado con marcada complicidad en el asalto a la Casa Nacional del PRD el pasado domingo. Hubo una transmisión televisiva “en vivo” a la que sólo le faltó ordenarles a sus reporteros y camarógrafos que sacaran sus armas de fuego y marcharan junto a las hordas vociferantes que arrasaban con todo lo que hallaban a su paso… Todo el que tiene ojos para ver, vio lo que ocurrió la mañana del domingo en el local del PRD; todo el que tiene oídos para oír, oyó las cosas que se dijeron durante “la toma” de la Casa Nacional por la turbamulta llevada a ese lugar; y todo el que conserva un mínimo de sentido común, sabe sobre quién recaen las responsabilidades de esos acontecimientos. Sólo la prudencia de uno de los grupos perredeístas evitó que ese día la sangre corriera a raudales por la cuneta de la Churchill. Porque las autoridades nada hicieron para evitar la provocación que terminó con el asalto a la Casa Nacional del PRD, mientras en su interior casi dos mil miembros de su Comité Ejecutivo se disponían a sesionar en completo orden. Las imágenes no mienten ni engañan a nadie. La verdad es que ya a las 8:30 de la mañana, se habían registrado más de 1,800 miembros del CEN, de una matrícula de 2,300. Y que sólo se aguardaba que fueran las diez de la mañana, hora de la convocatoria, para dar apertura al acto con el canto al Himno Nacional y el del PRD. El presidente del partido, Miguel Vargas, cuyo vehículo había aparcado en el lateral de la entrada de la Sarasota y se disponía a caminar unos metros hasta el patio de la sede de su partido, tal como habían previsto sus organizadores, no tuvo tiempo de llegar al lugar por el reperpero que se produjo al sonar los primeros tiros. Es obvio que los cabecillas del desorden se propusieron abortar el acto antes de que empezara. Y eso explica que algunos de los principales seguidores de Hipólito Mejía, entre ellos su cuñado Sergio Grullón, estuvieran desde temprano en el salón hablando incesantemente por su teléfono móvil. Desfachatez extrema Nada que ver con una gallareta histérica que dirigía la transmisión desde otro canal con una parcialidad asombrosa a favor de las hordas que asaltaban la sede perredeísta y sin la cordura que se requiere en momentos tan tensos, como exigen los más elementales manuales del periodismo electrónico por su influencia en el estado anímico de la gente. Se llegó al extremo de acusar de cobardes a Miguel Vargas y sus seguidores porque no respondieron a sus insistentes llamados telefónicos, mientras el vocero de ese sector perredeísta, Wilfredo Alemany, hablaba a otras cadenas ña CDN, por ejemploñ y anunciaba que poco después el presidente del partido tendría una conferencia de prensa en el restaurant El Rancho. Como en efecto ocurrió. Pero penosamente la “investigación” periodística no daba más que para una pobre transmisión que dejaba ver claro por el lado que andaban sus intereses en esta pugnacidad partidaria entre lo legal y el imperio de la fuerza. Esa transmisión televisiva jamás vio el orden en que se desarrollaban los acontecimientos al interior de la Casa Nacional, ni se enteró que cerca de dos mil delegados estaban ya registrados a las 8:30 de la mañana; ni se percató de quién inició la violencia y ni siquiera vio que los encargados de la vigilancia del local se replegaron a tiempo de evitar una tragedia mayúscula… En todo esto, según lo vio esa señora, había un solo culpable: Miguel Vargas Maldonado… el presidente del partido que estaba siendo asaltado… Y después hablan dizque de objetividad periodística. Algo hay que hacer No me refiero solamente a los que ese día aparecieron uniformados y de civil protegiendo al señor Mejía. Hablo de todos. No es posible que un oficial general en activo aparezca en medio de una pugna partidaria que, como la del domingo, degeneró en violencia y que pudo haber causado una tragedia de no ser por la actitud prudente de uno de los grupos. Los dirigentes políticos tienen que dejar a sus escoltas militares en sus casas cuando participan en actividades de su partido más aún cuando se trata de participar en acciones temerarias y peligrosas como la de ese día en el PRD. Los dirigentes que delegan todo su valor y su guapura en los militares que los cuidan, deben gestionar que éstos pasen a la vida civil y puedan participar en sus actividades políticas. El general Pared, ministro de las Fuerzas Armadas, está en el deber de intervenir para evitar que esta práctica continúe… Las escoltas a políticos y funcionarios no pueden ser usadas en este tipo de andanzas temerarias. Menos en aventuras tan peligrosas como las del domingo en la Churchill. |
El silencio, cómplice de algunos medios
