El conocimiento de la Historia es una necesidad de la sociedad humana para trasmitir saberes y experiencias, sacar lecciones de lo pasado y poder soñar, tener perspectivas para el futuro, para eso sirve la historia y no como simple literatura del pasado, capaz de ser un buen guión para películas o de algún libro bien escrito en el que ficción y realidad se mezclan.
Pero la Historia es también identidad, ella es la acumulación de los saberes, tradiciones, avatares y contingencia de un pueblo en busca de esa esencia que llamamos cultura, en la que no solo está incluido lo que entrega el arte y la literatura, sino todo el quehacer de sus miembros, para conformar ese núcleo duro que identificamos como “lo nuestro”.
Esa es la preocupación de un pueblo pequeño como el nuestro que se enfrascó en una Revolución a la altura de sus necesidades, pero en medio de un ambiente hostil y rompiendo con un mito de más de cien años, enfrentar a la potencia capitalista más poderosa de la historia que por demás es nuestra vecina y que para bien o para mal siempre ha tenido que ver con los temas medulares de nuestro desarrollo como pueblo, desde aquellos tiempos de su independencia, hace más de doscientos años.
La historia de los últimos cincuenta años para Cuba ha constituido el célebre enfrentamiento entre los líderes de aquella Revolución y buena parte de este pueblo contra el Gobierno de los Estados Unidos y esa parte de los cubanos perjudicada por las medidas de nacionalización o simplemente cansados de la precariedad “eterna” con la que vivimos los de la isla.
Este “diferendo”, “enfrentamiento” o como quieran llamarlo ha marcado la vida de varias generaciones de cubanos, viviendo del lado de la trinchera, sometidos a una intensa propaganda político ideológica en la que no hay términos medios y que va teniendo un costo muy alto en vida humanas, en familias separadas, sueños frustrados y un futuro cambiante e incierto.
No nos morimos de hambre, pero no satisfacemos nuestras necesidades básicas, tenemos conquistas sociales inestimable, pero lo pagamos con un costo social y espiritual muy alto, participamos en la vida social y política de la nación, pero sentimos el dedo dirigista y vertical de los “guardadores de la fe revolucionaria”, sabemos cuán difícil es la vida de los humilde en la sociedades capitalistas, ¿pero acaso la nuestra es mucho mejor?
Habrá que pensar sobre el legado que dejamos para nuestros hijos, ellos nos pedirán cuenta, ahora o mañana, y esa cuenta no será solo ideológica o política, sino el estado de bienestar que nunca hemos encontrado el camino para construir, primero por el “criminal bloqueo”, pero también y en buena parte, por los errores de la clase dirigente, ineficiente, triunfalista, eternizada en un sistema de dirección personalista, donde la fidelidad es primero que la capacidad y que ha terminando creando una élite inepta, pancista, populista y muchos de ellos corruptos. Todos somos Cuba y pensamos, a todos habrá que oírnos y el pueblo cubano tiene derecho a decidir su destino.