¿Cuándo se puede decir que una persona «ha madurado»?
Primero, una definición. Aunque algunas veces se usan casi como sinónimos, madurez no es lo mismo que adultez (aunque pueden coincidir). La adultez es una clasificación social y tiene que ver, como dice el sicólogo y experto en adolescencia estadounidense Stephen Wallace, con “una edad particular en la que cada sociedad determina que el individuo se ha convertido, legalmente, en un adulto”.
La madurez es otra cosa. Más sutil y que no tiene que ver con una edad en específico ni un período exacto. Es, según los especialistas, el momento (generalmente después de los 30) en que una persona asume que si algo sale bien o mal en su vida, es sólo la consecuencia de sus propias acciones. En otras palabras: es el momento en que una persona es capaz de tomar las mejores decisiones posibles pensando más en el beneficio de largo plazo que en lo inmediato, dice el siquiatra de Clínica Las Condes Elías Arab.
Y eso, como es obvio, no es para todos igual. Los procesos y las historias personales influyen en los tiempos de cada quien y, por eso mismo, hay algunos que nunca maduran. Aunque se estima que la mayoría lo hace de los 30 años en adelante y a partir de tres condiciones imprescindibles. Primero, el cerebro, la máquina que permite toda nuestra vida emocional, debe haber finalizado su maduración, algo que nunca ocurre antes de los 25 años. Segundo, la persona se debe haber enfrentado a experiencias no traumáticas, pero sí poderosas y capaces de cambiar la perspectiva, como el fracaso. Por último, debe haber alcanzado la autonomía en tres sectores claves: emocional, moral y económico.
El poder de las experienciasEl cerebro es el primer punto que nos lleva a la madurez. No porque de él dependa exclusivamente que seamos más o menos sensatos a la hora de mirar nuestra vida en perspectiva, sino porque difícilmente se puede crecer si no se ha completado un proceso biológico primordial: la maduración del cerebro.
A los 25 años la corteza prefrontal ya debiera tener todas sus funciones superiores plenamente operativas y con eso estamos más preparados para la planificación futura, la anticipación de las consecuencias de las decisiones que tomamos, el control de los impulsos y la comparación entre el riesgo y la recompensa. O sea, todas las habilidades que, de alguna forma, nos hacen actuar de manera más madura.
Sin alcanzar este estado, ya está dicho, no hay madurez posible.
Pero tampoco se puede llegar a buen puerto si no se dan las condiciones ambientales propicias.
Laurence Steinberg, profesor de Sicología de la Universidad de Temple, Estados Unidos, dice que “el cerebro madurará, en parte, por influencias genéticas, pero necesita estímulos del ambiente para llevar a cabo la maduración en su máxima extensión”.
Le pasó a Federico (63). Mirando hacia atrás, dice que las cosas comenzaron a cambiar en su vida después de las cinco pérdidas que tuvo su mujer antes de poder tener un hijo. Fue un proceso triste, cuenta, que finalmente los llevó a decidir partir en busca de alternativas médicas para el problema de ella. “Nuestro destino era Europa, pero tuvimos que quedarnos en Canadá. Allá conocimos a un muy buen médico chileno. El dio en el clavo y pudimos tener a la Claudia. Ella nació ocho años después del matrimonio”.
Ese momento de triunfo cristalizó y le dio sentido a los fracasos anteriores. Después de haberlo pasado tan mal, las postergaciones no importaban. “Era difícil, porque nosotros estábamos un poco solos y en un país extranjero. Además, Claudia nació prematura, así que exigía más cuidados. Pero estábamos felices. Ese fue el momento de decir ‘ya no soy el chiquillo de antes. Ya está bueno. Hay que cuidar y educar a esta niñita’”.
Según Marco Antonio Campos, consultor la Sociedad Chilena de Sicología y Sicoterapia Constructiva, el fracaso, que siempre viene acompañado de frustración, es un potente motor para la madurez. “Alguien que conoce el sabor agridulce que implica estar en la vida, tiene una mejor aproximación, disfruta más el éxito y no se derrumba tan fácilmente frente a futuros fracasos. Las personas maduras tienen la capacidad de sobreponerse al fracaso y a los avatares de la existencia y eso las hace capaces de planificar con más temple”, comenta.
Los maduros tienen eso de lo que habla Campos. Han llegado a la convicción de que pase lo que pase, uno siempre sigue respirando.
Cómo son los inmaduros
No son sólo los hombres. Al contrario de la extendida percepción de que son ellos los que más muestran esas características asociadas a la adolescencia, la inmadurez no tiene género. De acuerdo a Laurence Steinberg, si bien es cierto que por regla general las mujeres maduran antes y más rápido (y que las diferencias en el desarrollo físico y emocional son muy notorias durante la adolescencia), ya para la segunda década de vida los hombres se han puesto al día y de ahí en adelante, los grados de madurez e inmadurez dependerán de las experiencias a las que estén expuestos hombres y mujeres.
No son un permanente desastre. Una persona de más de 30 años que aún es inmadura se desenvuelve perfectamente en el trabajo y se puede hacer cargo sin problemas de hijos, familiares o amigos. El detalle es que, a diferencia de una persona madura, tiene una manifiesta dificultad para asumir toda la responsabilidad por sus decisiones.
Según Raúl Carvajal, sicólogo de la Clínica Santa María, “los inmaduros son personas con un discurso marcado en que la culpa es del otro. Si los echan de la pega, la culpa es de la empresa, del jefe o del equipo. No tienen autocrítica y se enojan ante la interpelación de otras personas”.
No son inadecuados. Si bien postergan lo que más pueden la paternidad, las personas inmaduras se hacen cargo adecuadamente de sus hijos. Lo que sí, se apoyan mucho más en los abuelos y los suegros. Lo que pasa es que les cuesta soltar la etapa anterior. “Ahí está el problema”, dice Carvajal, “cuando yo decido ser padre, hago un acto de renuncia, de tiempos, de compras. A esta gente le cuesta mucho hacer eso”. Y si bien lo hacen, el costo para ellos es mayor.
No son conscientes de la inmadurez. Ningún inmaduro se siente ni declara como tal. Y si bien no van a la par con lo que siente o piensa el resto en determinados momentos, tampoco hacen todo lo contrario. Tal como los maduros no lo son a conciencia, los inmaduros tampoco.