Por Santiago Castro Ventura

La Batalla de Ayacucho en el Perú en 1824 le puso la tapa al pomo al dominio colonial hispano en América, reduciendo su hegemonía solo a Cuba, Puerto Rico y hasta 1825 la fortaleza de San Juan de Ulúa, Veracruz, en México. Tras discurrir cuatro décadas del  trascendental acontecimiento bélico desarrollado en tierras peruanas, la monarquía hispana incurrió en el insólito el yerro de la anexión de Santo Domingo, se valoraba como el posible ensayo de una campaña para recuperar sus antiguas colonias. Cualquier inspiración embrionaria de gran empresa de reconquista quedó sepultada en Santo Domingo, con el poderoso  estallido de Capotillo el 16 de agosto de 1863.  El Ayacucho de esta jornada fue la soslayada batalla de Santiago del seis de septiembre del mismo año, evidenció que la Restauración dominicana era indetenible.

Así luce hoy dia,158 años después de la memorable batalla de Santiago, la Fortaleza san Luis, escenario de los combates que marcaron el inicio del fin del coloniaje del Imperio Español en el Caribe, el 6 de septiembre 1863

Por Santiago Castro Ventura   

La Batalla de Ayacucho en el Perú en 1824 le puso la tapa al pomo al dominio colonial hispano en América, reduciendo su hegemonía solo a Cuba, Puerto Rico y hasta 1825 la fortaleza de San Juan de Ulúa, Veracruz, en México. Tras discurrir cuatro décadas del  trascendental acontecimiento bélico desarrollado en tierras peruanas, la monarquía hispana incurrió en el insólito el yerro de la anexión de Santo Domingo, se valoraba como el posible ensayo de una campaña para recuperar sus antiguas colonias. Cualquier inspiración embrionaria de gran empresa de reconquista quedó sepultada en Santo Domingo, con el poderoso  estallido de Capotillo el 16 de agosto de 1863.  El Ayacucho de esta jornada fue la soslayada batalla de Santiago del seis de septiembre del mismo año, evidenció que la Restauración dominicana era indetenible.

Contrario a la Batalla de Ayacucho que se llevó a cabo al final de la contienda por la Independencia de América, la Batalla de Santiago se  produjo en los inicios de la Guerra Restauradora y sus resultados fueron aleccionadores, dejó claro a las autoridades españolas desde temprano que habían perdido la guerra. La Discusión,  periódico madrileño opositor a la monarquía, el 17 de octubre, reproducía un informe desde Puerto Rico fechado el 11 de septiembre que describía los sucesos del Cibao, apuntando:

“Los insurrectos están mejor dirigidos que la otra vez y mejor armados. Las atrocidades cometidas por aquellos cafres son mayores que lo dicho por la Gaceta, pues se han cebado como fieras en todo lo indefenso. Esta vez se necesita hacer correr mucha sangre para aterrar  a esos bárbaros, ensoberbecidos por haber sido clementes con ellos”.

La población civil de origen hispano era muy exigua en la zona de guerra y los soldados coloniales no estaban indefensos, contaban con un armamento muy superior al de los rebeldes. Moralmente si estaban huérfanos porque defendían una causa injusta, que no se correspondía con el pundonor del pueblo español. Tampoco las autoridades coloniales habían sido clementes con los criollos, no pocos dominicanos fueron fusilados en la frustrada revolución de febrero de ese mismo año y otros enviados prisioneros a Cuba y Ceuta. Si expresa la comunicación de marras citada por La Discusión, el pánico que experimentaron los soldados coloniales con el inaudito  asalto a Santiago.  El agente comercial norteamericano en funciones Jonathan Elliott, envío un informe al Departamento de Estado, que decía:

“Todo el Cibao se ha levantado en armas y están matando y arrollando a los españoles… Más de la mitad de los oficiales y soldados de las guarniciones españolas en la parte Norte  de la Isla han sido muertos o heridos, […].

General Gregorio Luperon. Oleo pintado por Miguel Nuñez, pincel de la patria

Aunque la jefatura monárquica nunca admitió la derrota públicamente, el amplio despliegue de tropas para enfrentar revolucionarios que no recibían refuerzos así lo demostró.  A partir de entonces la estrategia de la guerra cambió, ya no eran bolsones de guerrilleros que atacaban y se dispersaban en la manigua, de repente surgió un aguerrido ejército popular que tomó a sangre y fuego a Santiago y los principales pueblos del Cibao central. La estrategia colonial fue obligada a modificarse de modo radical, el objetivo paso a ser como desalojar a los patriotas de la ciudad de Santiago sede de la Republica en armas. Más de 60,000 soldados españoles durante dos años fueron enviados para enfrentar a los insurgentes. Pese a los múltiples esfuerzos no lograron el objetivo básico, tomar la Capital de los  rebeldes. No obstante, la Batalla de Santiago del 6 de septiembre de 1863 es una hazaña olvidada y cualquierizada en los anales de la historia dominicana.

El rugido de Capotillo se extendió por todo el Cibao como reguero de pólvora, a fines del mes de agosto los patriotas dirigidos por Gaspar Polanco, el general más antiguo, obligaron a las tropas coloniales de Santiago conducidas por el brigadier Buceta a encerrarse en la fortaleza San Luis, quedaron asediados, se reclamaba su rendición. Desde Santiago de Cuba se enviaron refuerzos que llegaron a Puerto Plata en los primeros días de septiembre, su objetivo inmediato era despachar tropas rumbo a Santiago para rescatar a los sitiados en la fortaleza San Luis. De inmediato francotiradores rebeldes ejecutaron al jefe de las tropas que llegaron desde Cuba, el coronel Salvador de Arizón, fue un golpe demoledor.

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Tras varios intentos fallidos de quebrar el bloqueo en el camino de Puerto Plata a Santiago,  las huestes coloniales  al mando de los oficiales Mariano Cappa y Juan Suero, lograron forzar las líneas de resistencia a la salida de Puerto Plata, en la madrugada del 6 de septiembre se encaminaban directo a Santiago. Le informan de la súbita marcha al comandante en jefe Gaspar Polanco, quien entendió no podían permitir el contacto de los españoles de la fortaleza con los que avanzaban, pues le aplicarían un temible operativo militar atacándolos por todos los flancos.  En la guerra de posición o movimiento los dominicanos quedarían en el centro, los soldados coloniales de la Fortaleza San Luis avanzarían por la vanguardia, mientras las tropas provenientes desde Puerto Plata atacarían por la retaguardia. Se trataba del operativo que ya era conocido como ataque en «pinza».

Dada la urgencia, Polanco ordenó en la histórica madrugada del 6 de septiembre asaltar la fortaleza San Luis, antes que les llegaran los refuerzos que venían desde Puerto Plata, pese a diversos intentos los hispanos se defendieron de modo tenaz. Al filo del mediodía le informan al comandante que las tropas coloniales estaban en La Otra Banda, próximo al río Yaque, era inminente que entrarían al centro de la ciudad y podían tomar en dos fuegos a los dominicanos.

Polanco aprovechando no existía comunicación entre los dos cuerpos militares hispanos, apeló a una audaz táctica de distracción, para evitar la salida de los españoles sitiados en la fortaleza y que no le aplicaran el operativo en pinza. Ordenó quemar una casa frente a la fortaleza provocando que el humo impidiera la visibilidad desde el cuartel San Luis y las tropas de Buceta no salieran a emboscar por la vanguardia a los dominicanos. Los que llegaban desde Puerto Plata, al ver el humo pensaron salía de la fortaleza aparentemente ya “asaltada” por los dominicanos, solo atinaron a abrir una brecha a tiros para entrar al histórico recinto y tratar de salvar a sus compañeros. Con esta hábil maniobra de entretención fueron engañadas todas las tropas coloniales, quedaron dentro de la fortaleza sitiadas por los dominicanos. Las fuerzas coloniales desperdiciaron la enorme ventaja que le proporcionaría la guerra de movimiento, envolviendo a los dominicanos por todos los flancos.

Luperón reportó que el 6 de septiembre cayeron en combate quinientos dominicanos y mil españoles. Las hostilidades se extendieron hasta el día 13 cuando los españoles hicieron una salida suicida hasta Puerto Plata. De acuerdo al capitán Ramón González Tablas esta dolorosa retirada  le costó mil bajas entre muertos, heridos y desaparecidos. La Corona,  diario ministerial de Barcelona, en su edición del 24 de octubre, insertaba una versión de la retirada a Puerto Plata que recibieron desde Puerto Rico:

“Las tropas que al mando del brigadier Buceta se concentraron en Santiago de los caballeros han tenido que capitular después de sufrir tres ataques furiosos por falta de víveres, habiendo obtenido salir con armas y bagajes para Puerto Plata, y teniendo que dejar 150 heridos; pero tan luego se pusieron en camino, a pesar del ofrecimiento en contrario, fueron hostilizados durante todo el camino, teniendo que lamentar muchas bajas por el sistema de guerra adoptado por los sublevados de emboscadas y traiciones, y por tener que ir convoyando más de 2,000 personas españolas y dominicanas afectas a España”.

No hubo tal  capitulación de las tropas hispanas, mientras se negociaba Buceta aprovechó un descuido de los criollos y salió de modo intempestivo para Puerto Plata, lo que dio lugar a la furiosa persecución.

El triunfo de los dominicanos al lograr que no le aplicaran el peligroso operativo envolvente conocido como pinzas, fue admitido por los propios oficiales españoles que aceptaron desatendieron la brillante oportunidad de vencer. Veamos el parte militar de Mariano Cappa, jefe de las tropas que llegaron al San Luis desde Puerto Plata:

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“Lastima es, Excmo. Señor, que la guarnición del fuerte San Luis ignorase, según me ha asegurado el comandante general (Buceta) mi ataque a la población de Santiago, porque de haber tenido conocimiento oportuno y dispuesto la salida de seis o setecientos hombres de los 1,200 de que constaba aquella guarnición, podía haber terminado el día 6 la guerra, puesto que el enemigo tenía todas sus fuerzas reunida sobre aquel puesto”.

El general Buceta refrendó la opinión de Cappa, deplorando que […] por el ruido producido por el incendio y el humo nada advirtió la guarnición”. Obviamente Cappa y Buceta no podían consignar en sus informes que fueron engañados. Cappa comunicaba sin tapujos que las tropas del San Luis ignoraban su llegada en esos momentos con los refuerzos. Buceta admitía que el incendio no los dejó percibir la llegada de sus compañeros, y por eso no salieron con una avanzada que le pudo reportar la victoria. No hay dudas del triunfo de la táctica de distracción.

Los generales Manuel Buceta y José de la Gándara lanzaron una grave acusación contra Gaspar Polanco, imputándole el incendio de la ciudad. Cargo que de modo deplorable ha sido acogido en diversos libros de historia dominicana. Benito Monción que estaba allí, Manuel Rodríguez Objio que luego se integró a la guerra y fue su cronista, coinciden en señalar que fue una casa frente a la fortaleza que Polanco ordenó incendiar. Pero ha prevalecido hasta nuestros días la calumnia de los oficiales españoles, que le atribuyeron el incendio de la ciudad a Polanco. Existe además la versión de Alejandro Angulo Guridi y una veintena de dominicanos mantenidos como rehenes en la fortaleza San Luis, que imputaron a Buceta ser el autor del fuego de la ciudad. Angulo Guridi destacó:

“El ataque duró dos horas y cuarto, y cuando concluyó hizo Buceta pegarle fuego a la ciudad para que los patriotas no volvieran a parapetarse tras y entre las casas como lo hacían diariamente para asediar al San Luis”.

En el testimonio de los demás ciudadanos, se establece que Buceta ordenó utilizar camisillas embreadas disparadas por los cañones para incendiar la ciudad. Reiteramos que pese a estas afirmaciones documentadas se le ha dado veracidad a la exposición de los oficiales hispanos. En pura lógica los dominicanos asaltaban la ciudad para tomarla como baluarte central, no tenían necesidad de incendiarla, mientras las fuerzas coloniales sabían que tenían que retirarse y no debían dejarle la ciudad intacta a los rebeldes.

Los distinguidos cronistas militares españoles: José de la Gándara, Ramón González Tablas y Adriano López Morillo, de modo hábil lograron tergiversar este y otros aspectos de la guerra, la mayor víctima ha sido el generalísimo Gaspar Polanco no solo acusado injustamente de incendiario de Santiago, sino que los españoles siempre acentuaron como su  mayor “delito” que era analfabeto y esto ha sido asumido con ahínco en no pocos libros de historia dominicana. Estos cronistas obviaban adrede que el 95% de la población criolla era analfabeta, incluyendo a Pedro Santana que era semianalfabeto, hemos visto varias cartas autógrafas de este personaje. Pocos oficiales criollos sabían leer y escribir libros, entre ellos los casos estelares de Rodríguez Objio y Luperón. En definitiva Gaspar Polanco no necesitaba saber leer y escribir para dirigir la guerra, lo necesario eran sus conocimientos empíricos de combate que con valor los puso a disposición de los dominicanos, no solo en la batalla del 6 de septiembre sino en todo el curso de la guerra.

Desde finales del mes de septiembre provocó amargo desazón en la metrópoli las informaciones de la aplastante derrota en Santiago y de inmediato la prensa oficial empezó a vincularla a un respaldo militar de los pueblos de América a los rebeldes dominicanos. La Esperanza,  periódico monárquico de Madrid, en su edición del 30 de septiembre, alarmado cuestionaba el potencial bélico exhibido por los dominicanos:

“Quienes estaban detrás de los rebeldes, de donde recibían armas?”.

“No nos asusta la insurrección de Santo Domingo, por el tenor del despacho que habla de ella la presente como audaz e imponente; lo que nos asusta es eso que en el despacho se dice haberse proporcionado los insurgentes armas y municiones. ¿Cómo se han proporcionado esas armas, o más bien, quién se las ha proporcionado? […]

No entendían que un ejército improvisado del pueblo pudiese asestarle una derrota humillante como la de Santiago y recurrían a la especulación indicando habían recibido armas y pertrechos de otros pueblos de América, pensando en México y los Estados Unidos.  La España  en su edición del 3 octubre, se alarmaba al comentar la traumática lección que habían recibido las tropas coloniales:

“Pero hay que averiguar dos cosas. Primero: Si la rebelión nace de los desaciertos que hayan podido cometerse, o de un foco de rebelión sistemática que existe allí alimentadas por manos extrañas. Segundo si en estos momentos en que la rebelión no parece ceder, antes por el contrario se ensangrienta cada vez más, […].

La prensa ministerial no podía admitir el enorme ímpetu de la rebelión, y apelaba a la suspicacia, hurgando “manos extrañas”, que supuestamente estaban detrás de los insurgentes. Era increíble que los insurrectos no solo ganaran la batalla, sino que se quedaran con el control de la segunda ciudad de importancia en la colonia dominicana.  En La Habana se publicaron el 8 de septiembre informaciones muy recientes (reproducidas por El Pensamiento Español, el 20 de octubre) provenientes de Puerto Plata, que manifestaban un mal augurio colonial:

“Como siempre sucede, cada uno explica a su manera el vuelo que ha tomado la sublevación: yo no entiendo mucho de esto, pero es lo cierto que desde un principio vamos de derrota en derrota y hemos perdido ya mil cuatrocientos hombres y armado con nuestros mismos cañones y fusiles a nuestros enemigos, que a pesar de eso no cuentan con recurso alguno”.

Ahí estaba la respuesta adecuada para los periódicos ministeriales de Madrid, que conjeturaban los criollos habían recibido recursos de otros países de América. Los rebeldes se apertrecharon  con las propias armas de los soldados coloniales disputadas en combate.

Entretanto, La Regeneración  diario ministerial de Madrid, en su edición del 20 de octubre, insertaba otra exposición enviada desde La Habana, que decía el armamento dominicano provenía de Haití: […] ¿Cómo se les ha permitido que desde la parte francesa se armen, se municionen y preparen para caer de pronto y tan bárbaramente sobre la ciudad de Santiago de los Caballeros?”.  Para realizar la insurrección no era necesario solicitar permiso. Cerca de una docena de revolucionarios cruzaron desde Capotillo haitiano, con varios fusiles, armas cortas, palos y machetes Collins. Las armas de fuego que los rebeldes usaron en Santiago provenían de modo principal del asalto al campamento español de Guayubín y el ataque sorpresa a los refuerzos que se dirigían a ese poblado encabezados por Buceta, también del primer encuentro con los españoles en la periferia de Santiago, Gurabito, a fines de agosto y de la toma de las demás guarniciones del Cibao Central, exceptuando las fortalezas San Felipe en Puerto Plata y la de Samaná. Gregorio Luperón anotó para la historia el material bélico utilizado por el  pueblo en armas en el inicio de la jornada patriótica:

“Era por demás curioso contemplar aquellas columnas de los patriotas; unos con lanzas, algunos con fusiles antiguos; varios con trabucos de todas las épocas, otros con  pistolas de todas las clases, los más con su machete y no pocos con garrotes; […].

Como sentenció el entonces gobernador de Cuba, general Domingo Dulce, se trataba «del pueblo sublevado». Pese a su elevado valor patriótico, reiteramos el 6 de septiembre es una jornada épica prácticamente desconocida. Es posible que algunos lectores piensen que el suscrito ha revelado la existencia de una batalla inédita en nuestros anales. No, es una proeza bien descrita, solo que la historiografía tradicional trujillista se encargó de minimizarla, como hizo con la mayor parte de los episodios de la Guerra Restauradora. El mejor ejemplo lo ofreció Joaquín Balaguer, de los principales asesores de Trujillo y presidente de la Republica por más de dos décadas, al referirse a la Batalla del 6 de septiembre en su libro El Cristo de la libertad, valoraba la superioridad militar de ese combate frente a la jornada del 30 de marzo de 1844 contra los haitianos, señalando:

“Hágase el cotejo de la batalla del 30 de marzo con la que tuvo efecto en la misma ciudad de Santiago el día 6 de septiembre, y se tendrá la sensación de que la primera fue un lance de teatro y la segunda un verdadero encuentro de titanes”.

Sin apelación la batalla del 30 de marzo de 1844 fue importante y estratégica en los afanes de la Fundación de la República. No obstante, el ejército haitiano y el dominicano no tenían grandes diferencias. La del 6 de septiembre como admitía Balaguer fue un encuentro de titanes, un ejército de labriegos desarrapados contra una todopoderosa guardia colonial. Además, garantizó la victoria de la guerra. Lo interesante es que Balaguer en sus periodos de Gobierno todos los años se trasladaba a Santiago a los actos conmemorativos del 30 de marzo, lo que no es criticable. Lo paradójico es que pese a conocer a plenitud la magnitud heroica de la Batalla del 6 de septiembre, nunca propició un reconocimiento a esa gesta, algo extensivo a la “Era de Trujillo” donde Balaguer tenía importante principalía intelectual. De manera desafortunada esa omisión se ha institucionalizado.

Este infausto proceder nos explica el gran anonimato de la Batalla del 6 de septiembre de 1863. Como premio de consolación, solo en Santiago una angosta calle próximo al cementerio de la 30 de Marzo ha sido designada 6 de septiembre. En la capital y otras ciudades con ninguna vía se reconoce esta gesta cumbre del heroísmo dominicano. Tampoco existe alguna placa o monumento que resalte este momento estelar de la Guerra Restauradora. Ante tanta desidia, de modo obvio sus resultados no deben extrañar a nadie. 

Pese a la notable adversidad, en el pináculo de la verdad histórica junto a la enseña nacional más arriba, más arriba (como diría Deligne) siempre estará: ¡La soslayada Batalla de Santiago del 6 de septiembre de 1863, el Ayacucho de nuestra Guerra Restauradora!

Tomado de Acento.com