
“Con tres heridas viene”
Fue pastor de cabras semianalfabetos que devino último poeta clásico y universal de la lengua castellana. Tanto, que ocupa un lugar fulgurante en el olimpo de las letras españolas. Tan luminosa, apasionada y honda fue la obra de Miguel Hernández que jamás dejará de alentarnos. Amigo y querido por los mejores de su generación, por Neruda, por Alberti, por García Lorca.
Fue voluntario republicano cuando España se partió en dos, durante la guerra civil. Fue un rayo que no cesa; compañero del alma de su amigo y mentor, Ramón Sijé.
Fue pasión y calvario; milagro y virtud, perseguido sin tregua por el franquismo (y su genocidio tan poco nombrado) que lo condenó a su final temprano, tras sufrir la traición que lo depositó en prisiones diversas, y a una larga condena. Allí recibía cartas de su esposa Josefina (foto), penando a puro pan y cebolla.
“Adiós, hermanos, camaradas, amigos… despedidme del sol y de los trigos”, talló en la pared de su celda, poco antes de su final.
Apenas si pudo vivir con intensidad 31 años, antes de que una tuberculosis lo consumiera en la enfermería de aquella cárcel alicantina que despreciaba a hombres como él, el 28 de marzo de 1942 (“Cuánto penar para morirse uno”, cerraba Umbrío por la pena).
La leyenda sostiene que murió con los ojos abiertos y yo prefiero seguir creyéndola.
“Has muerto tú, Miguel, el más puro y verdadero, tú, el más real de todos, tú, el no desaparecido”, lo despidió Vicente Aleixandre, su amigo y Premio Nobel.
Hoy se cumplen 80 años de la muerte joven y cruel de Miguel Hernández. In Memoriam va este breve texto como homenaje al poeta que tanto quiero.
Por @Héctor Rodríguez
28 de marzo de 2022
Foto coloreada por R. Navarrete