Sentado en mi escritorio, no podía pensar en otra cosa que no fuera la intensa lluvia que estrepitosamente se desparramaba este medio día en la capital de la República.

¡Cuanto disfruto la lluvia!  Ahora la veo caer desde el cielo gris blancuzco y nubloso, precipitarse en los arbustos y correrse sobre las raíces a flor de tierra.

Veo, También, la luz que se proyecta entre los espacios ramificados de la exuberante anacahuita, como se forma ese gran y hermoso espectro de luz fantasmal.

El tímido viento, vacilante sopla en todo el derredor, luce tranquilo y misterioso.

Si, la lluvia me hace sentir un dejo de nostalgia. Cuantos recuerdos, cuantas añoranzas de mis tiernos años por allá en mi Sabana del Puerto querido.

Las lluvias de mayo me traen bonitos recuerdos. Ahora me asalta el recuerdo de las quincianeras que besuqueamos en las veredas del camino hacia al río a buscar agua en el burro que Diomedes le puso por nombre barrancoli por lo chico… A barrancoli papa lo había comprado por la vuelta de la Cueva de Cívico.

¡Cuántos recuerdos, cuantas nostalgias! nos trae la lluvia. No olvido las lluvias de mayo en los ranchos de tabacos del abuelo, todos se iban al avistar la llegada de los chubascos en las vespertina nubes. Algunos nos quedábamos a discreción para consumar citas amorosas con alguna que otra jovenzuela en los nidales del rancho.

Dicen “recordar es vivir” Estas cosas de aquellos años juveniles los recuerdos, cuando de tarde en tarde veo la lluvia caer…