Domingo Nunez

Existe un momento en la vida en que se juntan el coraje, la osadía y la razón, entonces uno respira profundo, contiene la respiración, camina hasta el borde del precipicio y salta. No al vacío, sino al porvenir.

Aquí estoy saltando hacia un desafío: coherencia en el decir y hacer, ser más racional en nuestras actitudes y acciones, más inteligencia y sentido práctico, desarrollar a máxima potencia el instinto del sentido común. Por igual, también dar el gran salto que va de la inutilidad de la existencia a la búsqueda de un sentido a través de la coherencia y del compromiso con los demás.

Hay que promover y conseguir un ser humano que quiera saber lo que es bueno y lo que es malo; que se apoye en el progreso humano y científico. Un ciudadano que rechace la cultura de la vida fácil, la búsqueda del bienestar o placer sin más, sabiendo que no hay verdadero progreso humano, si este no se desarrolla con un fondo moral. Ahí está el gran reto, el gran salto, pero no al vacío, sino al porvenir.

Hoy, llegado a mis 66 primaveras, sucede y viene hacer que el mundo no está en su mejor momento. Una crisis global en todos los órdenes de la sociedad y se agudiza estrepitosamente con la llegada del COVID19.

Estamos en un momento crítico, donde al ciudadano lo asalta la desconfianza, lo hace dudar de todos y de todas las propuestas para un cambio de vida; es aquí donde los lideres, los comprometidos con las sanas y buenas causas de los pueblos tienen que asumir con responsabilidad su papel de guía y orientadores.

Educar en valores y asumir principios de vida con procederes que den coherencia al pensar y a la acción dando prioridad a las necesidades existenciales del hombre, los cuales abarcan mucho más allá del ámbito del conocimiento y lo material.

Educar en valores no es más que contribuir al desarrollo integral de cada persona: que aprendan cuidar y desarrollar su mente, su inteligencia; desde el punto de vista humano, sientan sensibilidad por el débil, el sufrido; adquieran responsabilidad individual, espiritualidad y sentido estético de la vida. Es decir, una educación ciudadana, con sentido y propósito para enseñar a vivir y a convivir. Conseguir el surgimiento de un hombre nuevo, para una nueva sociedad, por medio de una integrada educación formativa.

Desde finales del siglo pasado la sociedad se dirige, en cierta medida, por unos derroteros que la hacen sentir enferma, de donde emerge el hombre light, un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista: hedonismo, consumismo, permisividad. Un individuo así se parece mucho a los denominados productos light de nuestros días: comidas sin calorías y sin grasas, cerveza sin alcohol, azúcar sin glucosa, mantequilla sin grasa, tabaco sin nicotina, Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar… un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al gozo ilimitado y sin restricciones.

El hombre light carece de referentes, tiene un gran vacío moral y no es feliz, aun teniendo materialmente casi todo.

Llegado el siglo XXl las sociedades necesitan cambios profundos en función de hacer emerger un nuevo modo de vida para enfrentar las transformaciones que la posmodernidad y la post verdad impone.

Señores, hermanos y amigos nos acercamos aceleradamente al fin de una era. Se trata de un proceso que ya se ha iniciado.

Las crisis financieras, alimentarias, socio-económicas, ambientales, sanitarias a escala planetaria vienen acompañada de una profunda crisis en valores. Esto está convirtiendo la vida de los seres humanos en una penuria constante. Hemos llegado al punto en el que la vida, lejos de disfrutarse, se sufre. Y se sufre más allá de la posición económica de cada uno, no sólo sufre el pobre, sino también quien tenga conciencia de la realidad social y ambiental.

Es muy difícil ser plenamente feliz, siendo consciente que miles de niños mueren cada hora por no poder acceder a unos pocos litros de agua potable, o que muchos millones padecen hambre crónica a lo largo de toda su corta vida

Me da miedo pensar que muchos, después de tanto batallar frente a la infinita injusticia de nuestra era, corramos el riesgo de perder nuestra sensibilidad, de acorazar demasiado nuestro corazón, que corramos el riesgo de dejar de sentir amor por el prójimo, por la madre naturaleza, por la vida…

Hablando de desarrollo científico-tecnológico siento preocupación que no se le dé el uso correcto al desarrollo de la inteligencia artificial. Lo malo no es la ciencia, lo malo no es la técnica, sino la aplicación deformada de la ciencia y la técnica con fines destructivos.

La utilización de las nuevas ciencias y de las nuevas técnicas habrá de depender de la razón, y es precisamente esta razón la que deben buscar los hombres de nuestros días, en este siglo XXI.

Las últimas décadas del siglo pasado, se convirtieron en el terreno abonado para que las sociedades desesperadas al patentar los niveles tan complejos de deterioro buscaran nuevas alternativas espirituales que les condujeran por el camino del encuentro con un YO trascendental, desapegado de los principios del mercado y que les encaminara por la ruta de una experiencia mística.

No olvidamos el auge, sobre todo en la década de los noventa cuando por todos los medios de comunicación se adelantaban programas que difundían todo tipo de prácticas místicas o esotéricas con la afirmación de que en ellas se hallaba el camino a una vida mejor soportada en un conocimiento espiritual.

Pero este esquema ha perdido fuerza paulatinamente durante el nuevo siglo, probablemente debido a que sus postulados se agotan en una oferta trascendental que no tiene ningún argumento racional que lo soporte, o también por carecer de una base teórica. Sea cual sea la causa, lo cierto es que en nuestro tiempo la sociedad sigue buscando una alternativa que le permita reconducir su interés de lo simplemente económico a una estancia espiritual capaz de fundamentar su sentido humano.

En esta búsqueda constante, se ha venido retomando y rescatando algunas de las corrientes clásicas de la filosofía que de una u otra manera pregonaban una serie de enunciados de tipo espiritual o que se dirigían a fundamentar el modo de conducta ideal que cada hombre debería seguir con el fin de alcanzar el mayor y más ansiado bien: “la Felicidad”.

 

A mis 66 primaveras vividas, más exactamente unos 23,760 días, me propongo dar el más grande salto de mi vida: entrar al mundo de la filosofía, comprender el universo y su contenido. Aunque nuestros esfuerzos sean del tamaño de un granito de maíz, no importa, ya lo dijo José Martí, el apóstol de la libertad de Cuba: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”

Abogo por una filosofía como guía de vida, con sentido práctico. Una filosofía para la vida.

Han expresado pensadores clásicos y de estos tiempos que la filosofía tiene, al menos dos sentidos en el que se le define conceptualmente: formal e informal.

En el sentido formal, la filosofía es un estudio académico de los campos de la estética, la ética, la epistemología, la lógica, la metafísica, así como la filosofía social y política.

La filosofía en el sentido informal, como la filosofía personal, cuyo enfoque es resolver las preguntas existenciales sobre la condición humana, en otra palabra es la» filosofía de la vida «. hermanos y amigos por este último tipo de filosofía es que mi intelecto trillara los caminos del mundo de las ideas trascendentes, una filosofía de vida para vivir a fondo

En la época clásica, la filosofía era la puerta al conocimiento; más tarde, fue el origen del sistema educativo reglado occidental. Pero, además de aprender ética, lógica, epistemología, metafísica o física, los alumnos de las distintas corrientes impartían una materia fundamental: “aprender a vivir”

La filosofía de vida no es más que una caja de herramientas cotidiana, un mecanismo para hacer frente a los principales retos y preguntas existenciales del día a día, no importa lo inesperados, incómodos, trágicos o agradables que sean.

¿Saben hermanos y amigos de qué filosofía estamos hablando? Estamos hablando de la doctrina filosófica el estoicismo.

En el estoicismo, la sabiduría y la virtud se hacen transversales. Considera la importancia que tiene para el hombre comprender el sentido de la sabiduría y de la virtud. La forma en que éstas pueden ser puestas en práctica para efectos de buscar la vida feliz, tal y como lo afirma Séneca en varios apartes de su texto: “Así, el sabio es maestro en el arte de dominar los males: el dolor, la pobreza, la infamia, la cárcel, el destierro, temibles en cualquier situación, cuando han llegado a su presencia, quedan mitigados”.

Hermanos y amigos finalizando mis “peroratas” filosóficas, brevemente les hablare de mi dioscidencia de mi encuentro con la doctrina estoica. Advertí en el estoicismo su coherencia y funcionamiento tan constante como el primer día. Su base analítica de búsqueda del bienestar interno y el control racional de los impulsos.

Algunos pensadores modernos de nuestro tiempo dicen de los estoicos: “fueron valientes, moderados, sensatos y auto disciplinados. También insistieron en la importancia de cumplir con nuestras obligaciones y de ayudar al prójimo”. Muchos compartimos estos valores.

El estoicismo no aboga por una práctica dogmática y de liturgia exigente, sino más bien una seria confrontación del individuo consigo mismo, para ser consciente a diario de que usa mecanismos racionales para lograr el bienestar. Séneca aconseja que meditemos sobre lo ocurrido en nuestra cotidianeidad con tanta frecuencia como sea posible, analizando cómo respondimos a los eventos y cómo podríamos haber mejorado el resultado usando principios estoicos. Por ejemplo:

El estoicismo es en sí un modo sencillo de pensar el hombre, de entenderlo con relación a su contexto, dentro del cual se admite la importancia de vivir de acuerdo a la naturaleza, es decir desarrollar la vida desprendido de las cosas que no son necesarias y que terminan por esclavizar al hombre, facilitando de ese modo la construcción de una sociedad menos violenta, toda vez que la violencia tiene su punto de origen en la desigualdad y la falta de posibilidades de unos en relación con otros, de lo cual el estoicismo ya ha hecho una precisa meditación, dejando como resultado la comprensión de que para vivir bien basta con lo mínimo. Es además el estoicismo una respuesta alternativa para la construcción de una propuesta de valores humanos, para una sociedad laical que se ha distanciado cada vez más del modelo religioso que fijaba las conductas por medio de normas morales de obligatorio cumplimiento.

Perdonen amigos y hermanos si les perturbo con estas “peroratas” filosóficas. Las escribo en esta madrugada 12 de mayo 2020. Las escribo porque oficialmente a partir de hoy asumo estos principios doctrinarios como una filosofía de vida. Una filosofía con sentido práctico y humanista.

Solo me resta, por ahora, pedirle un momentito para poner un texto de ese gran e enjundioso intelectual y humanista argentino, José Ingenieros:

“Cada ser humano es cómplice de su propio destino; miserable es el que derrocha su dignidad, esclavo el que se forja la cadena. Ignorante el que desprecia la cultura, suicida el que vierte el veneno en su propia copa. No debemos maldecir la fatalidad para justificar nuestra pereza”

No estoy todavía en edad de dármela de consejero por todo lo vivido. Pero si me creo en el deber de decir algo. Por fuerza del destino esa es nuestra misión: sembrar conciencia, iluminar mentes dormidas y surcar humanidad.

Por eso os digo que hombre o mujer sin creencias se forman retóricos que hilvanan palabras sin ideas, apáticos que juzgan la vida sin vivirla, expresan valores negativos, ponen piedras en todo el camino para evitar que anden otros los que ellos no pueden andar.

 

Lo digo y lo dicen otros, a propósito de mis 66 primaveras: “La juventud termina cuando se apaga el entusiasmo. No hay mayor privilegio que el de conservarlo hasta la madurez; es privilegio de pocos y parece milagro en quien lo atesora hasta la ancianidad, como el gran filósofo Sócrates y por igual nuestro comandante eterno Fidel Castro que vivió hasta que quiso.

Saludos y abrazos para todos.